Ahora es la hora de mi turno / el turno del ofendido por años silencioso / a pesar de los gritos / Callad / callad. / Oíd. Roque Dalton
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No escribo este ensayo por ustedes, sino por mí. Lo escribo porque es necesario, porque no puedo salir a la calle y ver tanta miseria en un país que se desmorona día a día, para después llegar a casa y ver por diversos medios impresos y electrónicos las incontables infamias cometidas por un grupo bien identificado de la supuesta intelectualidad mexicana (y en las que en su momento participé). Estoy harto de vivir en la miseria histriónica del engaño y el egoísmo. Estoy solo en esta batalla (a pesar de las incontables muestras de simpatía con esta causa). Las cabezas de Escila son grandes, y monstruosas las fauces de Caribdis, sin embargo, tengo la espada más filosa, el arco más certero, el machete más oxidado: la verdad.
A final también en la denuncia hay dignidad; sólo por medio de ella podemos terminar con la corrupción, nepotismo, compadrazgo y clientelismo se puede derramar a toda Iberoamérica; extendiendo las prácticas política nacionales al campo literario, en concreto: la poesía, vehículo por el cual dichas prácticas expanden sus tentáculos a otras culturas, a otras naciones menos pervertidas, más inocentes, porque no hay mayor perversión que la corrupción maquinada.
Yo puedo hablar de todo este miasma de corrupción, porque lo viví desde dentro, fui parte de la gestación, la configuración, la proyección y la ejecución de uno de los grupos de poesía con mayor capacidad de corrupción pero con nulo impacto social, no sólo en México, sino en Iberoamérica, llamado: Círculo de Poesía. Dirigido por el poeta Alí Calderón según su site de internet (http://circulodepoesia.com/nueva/), pero detrás de este títere hay una maquinaria operando impunemente, que se guía por jerarquías cuasimilitares, donde se atiende a rangos verticales, jamás horizontales. Teniendo a Eduardo Langagne como una especie de General (el que veladamente opera los hilos de muchos actos de corrupción en las letras mexicanas); por otro lado está Mario Bojórquez una especie de Coronel (quien maneja de forma directa y aparece a la cabeza del grupo con Alí); José Vicente Anaya sería otro Coronel (quien ostenta una especie de cargo honorario, ya que en función de los premios y reconocimientos obtenidos, nunca le podría alcanzar para figurar más allá del respeto que le veneran en la calidad de maestro varios de los poetas del Círculo de Poesía); en cuarto plano pero (ahora) igual de importante que Mario y Anaya está Alí Calderón, que los últimos años escaló de Capitán a Coronel, posicionándose en toda América Latina y Europa (quizá más que los antes mencionados); en un segundo plano tenemos a los diversos Capitanes –que en un principio eran tres bien identificados: Alí Calderón, Jair Cortés y Álvaro Solís–, que en la configuración actual podríamos identificar como: Álvaro Solís, Jorge Mendoza y Mijail Lamas; como Tenientes (los que hacen el trabajo literario de intendencia) encontramos a: Dalí Corona, Audomaro Ernesto Hidalgo, Samuel Momox, Frank Meza y Mario Melendez; después tenemos a los pseudoescritores que, o no lograron despegar o son nuevas incorporaciones, ellos ostentarían el cargo de golpeadores directos, los subalternos que dirigirán sus golpeteos constantes contra cualquier escritor que le sea encomendado, aquí aparecen los nombres de: Rubén Márquez, Jorge Terrones y Marco Antúnez Piña; por último, pero no menos importantes en la configuración vertical, encontramos a los aficionados que hacen el trabajo más pesado como jalar sillas, llevar y servir los vinos en las presentaciones, cuidar los estantes de libros, barrer cuando terminan las presentaciones, etc., podríamos mencionar a: Gustavo de Ita, Gina Velázquez, Indira Díaz, y muchos alumnos de Alí Calderón de la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP.
Supongo que toda la gestación del Círculo de Poesía se remonta a finales del 2002, cuando el poeta Guillermo Carrera nos contó que el poeta José Vicente Anaya, a quien él admiraba y admira mucho, estaba dando un taller de poesía, taller al que ese año asistió Víctor García Vázquez, Verónica Estay, Roberto Corea y Arturo Vázquez. Memo, Alí y yo, sólo fuimos a la última sesión de aquella camada. Al año siguiente nosotros nos apropiamos del taller durante más de tres años. Para enero del 2003, al taller de poesía auspiciado por la Secretaría de Cultura de Puebla –y por el cual Anaya recibía mil dólares por una sesión de cinco horas− asistíamos Alí Calderón, Guillermo Carrera, Carlos Conde, Rubén Márquez y yo, y así nos mantuvimos durante casi dos años (cabe mencionar que todos éramos estudiantes de letras de la misma generación, la 2000), creando desde entonces un círculo cerrado de estudio con Anaya como figura de vate. Segregamos a todos los que asistieron e intentaron integrarse al grupo, no fue sino hasta los últimos meses del taller que se incorporó Jorge Mendoza, quien asistió a la misma preparatoria que Alí Calderón y yo, y al que, desde entonces, todo mundo conoce con el apodo del Lic. Cabe resaltar que el Lic. fue el patiño de Alí Calderón, fue un subalterno que siempre suprimiría como intelectual, cosa nada rara en Alí, que a espaldas de todos se mofaba y menospreciaba.
El taller de Anaya fue más bien un seminario. Lo que más recuerdo era que el poeta siempre nos insistía en la “honestidad y ética poética”, palabras que aún ahora resuenan en mi mente puesto que se terminó vendiendo de la forma más servil a éste y otros grupos de poder. Para entonces Memo Carrera era de los que escribía mejores poemas, Alí estaba enamorado de una chica llamada Valentina, a ella le escribió todo el poemario de Imago Prima. Llevó varios de esos poemas al taller antes mencionado, y lo que siempre se le festejó fue su “pureza técnica”, su “limpieza de verso”, su calidad para hacer metáforas. Pero ¿metáforas sobre qué? Metáforas sobre el amor prepubescente. Creo que a nadie le interesa eso en un país hastiado de violencia, con miles de problemas más profundos que la frustración amorosa de un adolescente. Sin embargo, con esos poemas logró dos cosas que marcarían su rumbo: la beca de la “Fundación para las Letras Mexicanas” y el premio “Ramón López Velarde”. Es sabido por todos que en ambas ocasiones José Vicente Anaya fue jurado, él lo metió a la “Fundación” en el 2003, también le dio el premio “Ramón López Velarde” en 2004. El poeta Anaya siempre tuvo una mejor relación con el poeta Memo Carrera, me pregunto qué rumbo habría tomado la historia si le hubiera dado la beca de la “Fundación” a Memo (quizá por las nulas aspiraciones políticas de Guillermo y su verdadero interés en la poesía).
Preocupa el “cómo” de la legitimación (palabra acuñada prácticamente por ellos mismos) temprana que tuvo Alí, ya con un equipo de trabajo formado “en automático” por los poetas del taller de Anaya, todos amigos (Rubén, Carlos, Jorge y yo); el único que se separó por mantenerse fiel a sus principios éticos fue Memo Carrera, quien siempre tuvo una integridad incuestionable. Los demás seguimos a Alí por empatía, luego, sin duda, por ansias de figurar (como aún ahora lo siguen haciendo los que están ahí). Alí ya tenía en mente la fórmula para obtener el poder –quizá heredada de sus padres-. El problema del “cómo” se legitimó es lo que importa realmente, porque detrás de ese “cómo” está toda la corrupción de los manejos de la poesía en México. En ambas situaciones, Anaya conocía los poemas de Alí, eso deslegitima, por supuesto, ambos reconocimientos y generar duda y suspicacia en la legalidad de los organismos convocantes. Detrás de esos dos iniciales premios subyace la forma con la cual en un futuro operaría “El Círculo de Poesía”: el amiguismo, el compadrazgo y el nepotismo.
El ascenso al poder de Alí Calderón jamás se hubiera concretado sin el taller de Anaya, como ya lo dije anteriormente. Pero tampoco sin la disciplina académica de sus cuatro lacayos: Rubén, Jorge, Carlos y yo. Cabe resaltar que yo siempre fui el más desobediente, a diferencia del Lic o de Carlos, quienes lo tomaban todo muy en serio, aparte, eran unas “máquinas de trabajo” (Alí dixit), de quienes sacó el mayor provecho posible. El hecho de que los cuatro fuéramos poetas sin talento alguno, simplemente facilitó la supeditación hacia Alí, quien a su vez, y ya en la Fundación para las Letras Mexicanas, de la primera generación (donde encontramos los siguientes nombres: Alí Calderón, Jair Cortés, J.A. Sánchez, Álvaro Solís y Óscar de Pablo) habría de consolidar un grupo homogéneo de amigos, entre comillas, que le ayudarían a ejecutar otra parte operativa en sus planes por empoderarse.
De esa primera generación, Alí se hizo amigo entrañable de Jair, Jorge Arturo y Álvaro, a los que conocí en el 2004 en Tlaxcala, en una lectura de Verónica Volkow. Mientras Alí consolidó su amistad con esos poetas de “La Fundación”, continuó maquinando cómo legitimarse mediante un grupúsculo. Lanzaba textos críticos y beligerantes contra poetas que él pensaba obstruían su camino (como Lumbreras o Milán, y en Puebla contra Eutiquio Sarabia y Gerardo Lino). Siempre, siempre, bajo la bandera de la honestidad poética. Teniendo como venablo un criterio pulcrísimo basado en su alta calidad moral, en ser una persona con una ética poética intachable, discurso que entrelazaba con su catolicismo y principios religiosos recalcitrantes, dignos, claro, de la ciudad de Puebla, donde hay cincuenta iglesias por cada biblioteca. Se ganó el mote nacional del enfant terrible.
En la Fundación conoció al poeta Mario Bojórquez, que nunca fue su maestro, pero con el que compartió similares filiaciones, asociadas a la grandilocuencia, al poder, al cacicazgo, a la execrable necesidad de emerger en el mundo de la poesía, de las letras mexicanas. Pero como su obra no les alcanzaba para lograrlo honestamente, como muchos otros poetas lo hicieran, tanto en México como en el mundo, y puesto que la honestidad poética la tenían atorada en la parte de atrás, decidieron legitimar su obra (pésima, por cierto, plena de retórica barata, de tropos contundentes y falaces) mediante la corrupción y el cacicazgo.
Tanto Mario Bojórquez como Alí Calderón, repiten las mismas fórmulas poéticas y miden la calidad de los versos por su exactitud silábica, no por su contenido, no por su impacto. ¿Para qué hacer poemas que los lectores no entienden? Para ocultar su pésima factura, quizá. Poemas que metaforizan la realidad de forma tan intrincada que, a veces, ni el mismo poeta entiende lo que quiso decir, como supongo es el caso del 50% de los poemas que ha escrito Mario Bojórquez, cuyos versos contienen un alto grado de argucia literaria. En el caso de Alí Calderón, utiliza tropos de todas las formas posibles: aliteración, sinécdoque, anacoluto, preterición, etc., para matizar, para disfrazar, para ocultar su terrible falta de “logopeia” (capacidades reflexivas del lenguaje poético que concibe a la poesía como instrumento de conocimiento), privilegiando sobre todo la “fenopeia” (función que privilegia la fuerza de las imágenes visuales) para engañar no al lector común, sino al crítico, al más puntual activista literario. La poesía de ambos apela a un “tremendismo anacrónico” copiado burdamente del poeta Eduardo Lizalde. De ingeniosos no tienen nada, de plagiarios incendiarios, todo.
Alí necesitaba del trabajo hormiga de la gente en el taller de Anaya y, a la vez, necesitaba escritores reconocidos como los de la Fundación; amalgamar ambas facciones implicó su radical ascenso en la República de las Letras Mexicanas. Me pregunto ahora, a diez años de distancia, con el crisol del tiempo, ¿cómo engañó a ambos grupos de poetas? Entiendo cómo nos engañó a nosotros (confundiendo la amistad con el servilismo), siempre le creímos (y aún ahora le siguen creyendo) aquellas intrincadas falacias donde sus juicios de valor siempre eran los correctos. Pero cómo manipuló a poetas ya reconocidos y con obra publicada, con premios y becas, de la talla de Álvaro Solís o Jair Cortés, cómo los utilizó para fines macabros como la ascensión a las élites de la poesía, me cuesta trabajo entenderlo. Sin embargo, traicionó a todos, a todos, de la peor forma posible: la deshonestidad. Pero no una deshonestidad fáctica, sino fática, siempre ocultó lo que le convenía, siempre dijo y manipuló las cosas a su conveniencia de la manera más egoísta posible.
Para finales del 2004 terminé mi tesis de licenciatura; ahora, irónicamente, sobre la obra de José Vicente Anaya. Para enero del 2005, entramos todos a la maestría en Literatura Mexicana de la Universidad Autónoma de Puebla, ahí se consolidó el grupúsculo de amigos y la segregación intelectual, de esa generación egresamos Alí, Carlos, Rubén y yo. Lo más significativo de la maestría fue el Congreso Internacional de Poesía y Poética de la Facultad de Filosofía y Letras, del que Alí se apropió descaradamente más de tres años consecutivos (y aún ahora como catedrático investigador de esa Maestría sigue coordinando). Ese congreso fue su primer mini-coto literario, puesto que ahí empezó a gestionar arreglos con poetas. Al primero que trajo, y siempre lo presentó como la octava maravilla, fue a Mario Bojórquez (Ver 4, 17 y 20). En el 2004 conocí a ese bachiller intelectual, un tipo deleznable que suprimía a todo mundo por medio de sentencias y juicios supinos que lo ponderaban como el gran erudito de la poesía mexicana. El culto por la persona, el narcisismo exacerbado, la idolatría rimbombante, la hipermegalomanía son atributos que Alí le aprendió muy bien a Mario Bojórquez.
Con el Congreso de Poesía y con sus amigos bien amalgamados en un solo grupo literario ya se podía comenzar a trabajar, a gestionar el ascenso de Alí al panorama nacional y después internacional. En un principio, la consigna fue depurar la poesía nacional de poetas tramposos y corruptos; después, los ideales se fueron pervirtiendo hasta el grado de convertir El Círculo de Poesía en una decadente caricatura de lo que en un principio quiso ser.
El primer acto que implicó la subida al panorama internacional de Alí Calderón y Mario Bojórquez fue el Primer Encuentro Iberoamericano de Poesía de la Ciudad de México, en el año 2006 (Ver 13). Con este encuentro, originado también en la corrupción, de un dinero restante al Gobierno de la Ciudad de México, y que debió destinarse a mejorar alumbrados, a restaurar calles, a pensiones para ancianos, a crear escuelas, no sirvió más que para posicionar en el mapa internacional a Mario Bojórquez y Alí Calderón.
Escribo este ensayo desde la indignación y la rabia que provoca la injusticia social, como lo he dicho con anterioridad, rabia provocada por la corrupción, y que deviene en una marcada diferencia de clases en nuestro país. Estas breves notas en las que desnudo la corrupción del grupo literario El Círculo de Poesía, son sólo la superficie, la capa de una gruesa nata de mierda literaria.
Alí Calderón es el ignominioso y perverso producto de una sociedad corrompida, y de las tremendas ganas que tenía su padre (Mario Calderón) de ser reconocido de alguna forma. Alí Calderón no tuvo libre albedrío, a él no le dieron la opción de escoger otra cosa; desde que era un feto ya estaba marcado su irremediable destino (el que existe sin libre albedrío, es mejor que no existiera). Esa perversión con que su padre lo educó es la que lo ha ido convirtiendo en el Golem de la literatura mexicana, en un triste Segismundo encerrado en la torre creyendo que la poesía es sueño.
Que haya sido tan cercano a este poeta me brinda la posibilidad de contar todas las formas en que se puede hacer política en lugar de poesía para posicionarse en un mundillo literario pestilente, donde nada es casualidad, todo causalidad. Posicionarse no por calidad, sino por la corrupción es la manera más sencilla de ser reconocido en este país, como bien dice un amigo sociólogo: “En México más vale una hora de política que veinte años de trabajo”. Ésta es una premisa que siempre asocié con una frase que le escuché muchas veces a Alí: “La poesía, mi Toño, no tiene nada de poesía, todo es política, todo es saber hacer política. Poemitas cualquiera puede escribir”. Esto era muy cierto, ninguno de ellos escribe buena poesía, sin embargo hicieron un entramado de corrupción en donde envolvieron a gente muy poderosa y con mucho peso literario en México como: Jorge Fernández Granados, Claudia Posadas, Efraín Bartolomé, José Luis Rivas, José Emilio Pacheco, Dana Gelinas, Roxana Elvrige-Thomas, Vicente Quirarte, Héctor Carreto, José Francisco Conde Ortega, Margarito Cuéllar, Marco Antonio Campos, Rogelio Guedea, Ricardo Venegas, Iván Trejo, Marco Fonz etc.; y en el extranjero: Waldo Leyva (Cuba), Omar Lara (Chile), Jorge Galán y Roxana Méndez (El Salvador), Luís García Montero, Jesús García Sánchez (Chus Visor), Raquel Lanseros, Daniel Rodríguez Moya, Benjamín Prado y Fernando Valverde (España), Federico Díaz Granados, Ramón Cote y Andrea Cote (Colombia), Xavier Oquendo (Ecuador), Carlos J. Aldazábal y Ana Wajszczuk (Argentina), entre otros. Prácticamente todos los que aparecen en la antología “Poesía ante la incertidumbre” editada por Visor en 2011, están relacionados, coludidos y en contubernio para otorgarse premios, becas e invitarse a festivales a lo largo de toda Iberoamérica. Sin embargo, esto no implica que otros poetas a los que se acercó el grupo sean corruptos a priori, algunos no lo son (sobre todo Rivas y Pacheco), sin embargo han caído en el juego del amiguismo del Círculo de Poesía. Cabe resaltar que Marco Antonio Campos fue el nexo de Alí Calderón con Chus Visor, tanto para premiar a sus amigos en España como para publicar la antología de poesía joven llamada: “Poesía ante la incertidumbre”
Si bien haber pertenecido durante tantos años al Círculo de Poesía me permite hablar sobre estos temas que siempre han sido matizados por propios y extraños, también me permite hacer una reflexión. No sólo fui amigo de Alí Calderón, sino que también compartí departamento en el centro de la ciudad de Puebla durante aproximadamente tres años con el poeta Álvaro Solís, a quien en su momento también consideré mi amigo. Ambos poetas eran, a su vez, muy amigos de Mario Bojórquez, quien, por otra parte, era y sigue siendo muy amigo de Eduardo Langagne. Esta sólida red de amistades fue lo que constituyó en un principio el Círculo de Poesía, teniendo en ese orden descendiente a Eduardo Langagne como el patriarca, como el jefe de jefes, el capo de capos, en otras palabras, el titiritero, que siempre ha usado la Fundación para las Letras Mexicanas como el mejor centro de reclutamiento. Por el 2003 o 2004 Mario Bojórquez era un advenedizo poeta que llegó de Sinaloa a refugiarse a la Ciudad de México, a pedirle trabajo (literal) a Langagne; Mario venía con mucha frustración tanto personal como de escritor porque no podía despegar como poeta, porque su obra no era reconocida de la manera que él quería; toda su vida se había esmerado por suplir sus falencias escolares siendo autodidacta, leyó todos los libros de estilística y métrica habidos y por haber, ergo, todo lo que sabía escribir eran poemas con rima consonante y métrica clásica o métrica española, en el mejor de los casos (como lo muestra su libro Contradanza de pie y de barro, que debido a esta métrica podía leerse de principio a final o de final a principio, cosa que él siempre presumía, aunque esto sólo le dé el valor literario de curiosidad). Sin embargo, seguían sin reconocerlo. En el 2002 Ernesto Lumbreras y Hernán Bravo publicaron la antología Manantial Latente, donde no incluyeron a Mario. Además de los antologados, hicieron una lista de trescientos poetas que no alcanzaron el nivel para estar en la antología, pero que se suponía en un futuro iban a despegar. Para empezar, 320 poetas en cualquier parte del mundo son muchísimos; en México cualquiera se siente poeta por ir a un diplomado de la SOGEM o tomar algún taller de la Secretaría de Cultura de su Estado. La realidad es que ni hay tantos poetas, ni los que son poetas reconocidos escriben bien. La legitimidad es una cuestión más subjetiva que la poesía misma. Ante este panorama desolador para un poeta que con Diván de Mouraria sentía que había escrito el poemario de la literatura nacional, y ante su falta de reconocimiento, su constante segregación, se tuvo que ver en la penosa necesidad de vender su alma al diablo, comenzando un camino del que no tendría retorno: estará supeditado y subordinado el resto de su vida a Eduardo Langagne (poeta muy menor incluso comparado con el mismo Mario). Pero tendría la oportunidad de clamar venganza contra esos infelices que no lo incluyeron en la antología de Manantial latente. En la Feria de Minería del 2005 se presentaría la antología Un orbe más ancho de Punto de Partida; en la mesa de presentación estaba face to face con su archienemigo: al fin Bojórquez podría clamar venganza. Con el auditorio lleno, Mario amenazó, amedrentó y encaró físicamente a Ernesto Lumbreras en un ambiente muy, muy tenso. Concluyó la presentación diciéndole que si volvía a poner su nombre en cualquier antología lo demandaría legalmente, cosa curiosa, porque ahora el Círculo de Poesía usa los nombres que quiere a diestra y siniestra para sus antologías (La luz que va dando nombre y El oro ensortijado).
El mayor y más grave problema de este tipo de estructuras piramidales y jerárquicas en las que se maneja el Círculo de Poesía, totalmente paralelas a la política, es que la gente no tiene libre albedrío. Los poetas no tienen criterio propio, todo está supeditado a las decisiones de su jefe próximo, que a su vez consulta sus decisiones con su “otro” jefe; de tal suerte que Mario y Alí controlan todo lo que se dice y hace ahí, en ellos recae la total confianza de Eduardo Langagne, quien sabe de antemano que ninguno de todos sus subalternos podrá fallar, y es imposible, puesto que todo texto publicado por el Círculo está filtrado por Alí Calderón y Mario Bojórquez. Existe una tristísima unidad de pensamiento, unidad de creación, unidad de todo, que provoca que sus textos, los poemas y, por supuesto, todos su modus operandi estén totalmente homogeneizados.
Luego de una fuerte y polémica discusión entre Javier Sicilia y Evodio Escalante en el 2010, la página electrónica del Círculo de Poesía fomentaría de manera desleal dicho enfrentamiento y lo haría más ríspido, subiendo comentarios con nombres apócrifos y pseudónimos inventados. Al no estar de acuerdo con esta práctica decidí escribir una carta de repudio hacia estos acontecimientos, Alí Calderón jamás me dejó subirla, por lo tanto decidí que mi nombre fuera retirado de la página y terminar toda vinculación con el Círculo de Poesía. Pagaría la factura con un exilio literario que duraría cerca de dos años. Después de ese exilio decidí volver a mis raíces literarias centroamericanas, lo cual implicaba la disidencia y denuncia, no para lavar mi nombre, sino todos aquellos nombres que fueron mancillados y vituperiados en pro del empoderamiento de unos pocos. Yo soy el eco de aquella verdad.
FUENTE: http://otrolunes.com/30/este-lunes/poesia-y-corrupcion/
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