Miércolesmente/ JORGE MANSILLA TORRES
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Eso de usar el excremento como argumento político, lo que hace hoy la oposición antichavista en Venezuela, me jala al recuerdo de un episodio mefítico ocurrido en mi pueblo en el siglo pasado, cuando el profesor Anacleto se echó un cuesco estruendoso y largo en plena misa.
Antes de seguir ofrezco disculpas porque en este texto usaré un lenguaje de cintura hacia abajo para patentizar mi asco porque los escuálidos venezolanos usan la escatología como ideología.
Sí, pues. Anacleto se largó un pedo profanador en el profundo silencio de la grey durante la Consagración. El cura que estaba de espaldas y con las manos arriba se volteó furioso y lo que vio fue a los feligreses agitando las manos en sus narices como parabrisas de auto para despejar el mal olor. Anacleto seguía arrodillado, bañado en la vergüenza y el rubor, máxime si era mentor. Algunos fieles empezaron a salirse del templo y los demás no decían ni chus ni mus por temor a que se los malinterprete por esos terminajos. Para mayor inri, el cura se bajó del altar y se metió en la sacristía dejando la misa a medio hacer, porque en su liturgia nada absolvía aquel pecado ventral, ninguna indulgencia para la flatulencia.
Pero esa misma tarde de domingo empezó la comidilla vecinal por el pedo de Anacleto. Entre burlas y veras, se hablaba del caso como asunto ajeno, como si todos estuvieran libres de culpa y pudieran arrojar la primera piedra. Otros, más autocríticos, decían que uno controla la ingestión pero no la digestión y que por ser humanos todos estábamos expuestos a esos lapsus imponderables. Unos vecinos, tirados a periodistas, decían que Anacleto tenía derecho a su libre expresión y otros rebatían con que eso era “de expedición”.
Anacleto se fue del pueblo una noche porque lo insultaban en su puerta. Anocleto, le decían, Anaflato, pedigrés, pedogago, etc. Huyó.
Podría yo llenar esta página con las historias de entonces, pero que baste para reiterar mi protesta revolucionaria porque los escuálidos venezolanos manejan la caca como arma de guerra. Fecalizan la protesta mientras el imperialismo focaliza su objetivo final que es la apropiación del petróleo venezolano. El petróleo, estiércol diarreico del diablo que Washington maneja para la guerra sucia, asquerosa contra pueblos como Iraq y Siria, y hace más de 80 años contra Bolivia, en el Chaco.
¿Embotellar la caca a mano para lanzarla como bombas en las calles de Venezuela? ¿Y decir luego “la gesta de Cacaracas, de Miérida, de Cacarabobo”? ¿Eso es oposición? ¿O qué hez lo que hez? Repruebo la reacción pedolera frente a la acción petrolera de Maduro.
Antes de irme dejen que les cuente que Anacleto volvió al pueblo veinte años después. No conocía a nadie y nadie lo reconocía por lo que se puso contento. Como el asesino que vuelve al lugar del crimen fue a misa y la oyó completita, no “a pedazos”, como aquella vez. Dicen que en el atrio se acercó al cura y preguntó por el padre Buitrago. “Ah -le dijo aquel-, lo echó el pueblo hace muchos años porque cerró la parroquia por culpa de un pedante”. Y ante el espantado Anacleto ese cura agregó: La historia de este pueblo tiene dos tiempos: antes y después del pedo de Anacleto. ¿Quiere que le cuente?
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(*) Periodista boliviano