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La Paz, Bolivia 2002. Editorial Cebem, 255 páginas. El autor Raúl Peñaranda, también cuenta con aportes de otros periodistas y comunicadores bolivianos: César Rojas, Rafael Archondo, Ricardo Zelaya, Fernando Molina, Gabriela Ugarte, Franco Grandi, Claudio Rossell, Carlos Murillo y Marlene Choque, y de los extranjeros Darío Klein (uruguayo), José Luis Dader (español) y Thomas Gebhardt (alemán).
Datos del autor: Raúl Peñaranda Undurraga, fue director de varios medios. Fue directorfundador del semanario Nueva Economía. Se desempeñó como jefe de redacción de Ultima Hora, asesor editorial de La Razón, corresponsal-jefe en Bolivia de la agencia ANSA y redactor de la agencia AP. Es licenciado en comunicación social de la UCB y tiene un posgrado en periodismo de la Universidad Andina. Este es el cuarto libro (2002) que publica. Ha sido catedrático de alumnos de nivel licenciatura y maestría.
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RESUMEN DE CONTENIDO
Libro basado en una encuesta realizada a periodistas bolivianos sobre su trabajo cotidiano, intentos de censuras y sobornos, índices de profesionalización, inclinaciones ideológicas y niveles de ingresos, entre otros. La encuesta contó con 74 preguntas.
Contexto del estudio/información general
La investigación buscaba establecer las características principales de los periodistas bolivianos. El estudio consideró como periodistas a todos aquellos quienes desarrollan trabajos de recolección, elaboración o edición de noticias y otros textos informativos en radios, canales o periódicos. Además, para ser considerados como tales, su labor principal así como su principal fuente de ingresos debía provenir de esas tareas periodísticas. Por lo tanto, periodistas retirados, columnistas, colaboradores de periódicos, comentaristas de TV, iluministas, sonidistas, diseñadores, fotógrafos, etc., no fueron parte de este estudio.
Tampoco fueron considerados los periodistas o comunicadores que se desempeñaban en entidades públicas, instituciones privadas, ONGs, etc., pero sí a los niveles jerárquicos de los medios, como directores o jefes de prensa y de redacción.
Estimaciones señalan que en La Paz, Cochabamba y Santa Cruz hay unos 510 periodistas en ejercicio. La encuesta se realizó al 50 por ciento de ese total.
La encuesta elaborada tenía en total 74 preguntas y fue realizada a 205 hombres y mujeres de prensa. La boleta estaba dividida en los capítulos de Trabajo Cotidiano, Capacitación, profesionalización y movilidad laboral, Satisfacción personal y autopercepción, Censura y autocensura en los medios, Lógica interna de los medios, Estabilidad laboral, Líderes de Opinión, Sensacionalismo y Tendencia política y niveles salariales.
Un 45,9 por ciento de los encuestados trabajaban periódicos. Un 28,8 por ciento provenía de radios y un 25,4 por ciento de canales de TV. Un 66 por ciento eran hombres y el resto mujeres.
Buscando un perfil del periodista
¿Cómo es el periodista boliviano? Responder a esta pregunta es de suyo complicado, debido a entre otros factores a que, como cualquier grupo social o gremial, tiene en sí mismo fuertes rasgos de heterogeneidad. Hay hombres y mujeres, hay personas de La Paz y del interior, hay quienes tienen estudios universitarios y otros que son solo bachilleres.
Pero si tuviéramos que forzarnos a responder a la pregunta de cómo es un periodista o una periodista boliviano tipo, tendríamos que decir que es una persona por lo general trabajando entre diez y doce horas diarias, con índices de insatisfacción personal, con una mentalidad progresista, con fuertes prejuicios y rechazos hacia los poderes económicos y políticos, obligado muchas veces a autocensurar su trabajo o bien siendo censurado por sus jefes, con alta inestabilidad laboral y muy pesimista sobre su futuro laboral.
Como se detalla a lo largo de los capítulos del libro, debe decirse que en primer lugar los periodistas en Bolivia son mayormente jóvenes y mayormente hombres.
La encuesta revela que uno de cada tres periodistas bolivianos tiene 30 años o menos de edad y más de dos tercios tiene menos de 35 años. Este dato tiene probablemente una serie de implicaciones, que trataremos de redondear más adelante. ¿Tiene ese rasgo de edad relación con los bajos salarios del periodismo? Comparados con otras profesiones,
los periodistas ganan menos. ¿Es la juventud una de esas razones? Está abundantemente documentado que a menor edad del trabajador, menor es también la remuneración. Si vemos que un 16,6 por ciento de los periodistas tiene menos de 25 años se explican los bajos salarios. Un 46,4 por ciento de los periodistas gana 2.000 bolivianos (305 dólares) o menos, lo que quiere decir que tiene ingresos similares a los segmentos de no profesionales. Solamente el 29,3 por ciento del total de los periodistas gana 3.000 bolivianos (460 dólares) o más. Uno de cada diez periodistas gana más de 5.000 bolivianos (770 dólares) mientras los periodistas de radio y las mujeres son los que menos ganan.
Como hemos dicho, dos tercios o más de los hombres y mujeres de prensa tienen 35 años o menos, es decir poco más de una década de experiencia. Pero pese a ello están ya casi listo para abandonar el oficio y dedicarse a otras actividades, como las relaciones públicas de entidades estatales o los trabajos de consultoría y asesoría en ONGs y entidades privadas. En general, a partir de los 35 años de edad, los periodistas empiezan a buscar otro tipo de empleo, aunque ligado a la comunicación. Por eso, el 95,2 por ciento de los periodistas tiene menos de 45 años de edad.
Por lo tanto, a partir de los 35 años, los periodistas que trabajan en medios deciden dejar la grabadora o el micrófono. Ello quiere decir que no hay periodistas con experiencia, con conocimiento de temas, con especialización. En otros países los periodistas prácticamente empiezan su verdadera carrera a partir de los 40, es decir cuando ya tienen una década y media de experiencia y están preparados para desarrollar todas sus aptitudes y sus conocimientos. En Bolivia, en cambio, a esa edad es cuando los periodistas han abandonado casi por completo la profesión de hombres de prensa.
La juventud, es, entonces, un primer rasgo ineludible de la profesión de periodista. Que puede tener relación con otras variables. Una de ellas, lo hemos visto, podría ser los bajos salarios. Y relacionado al tema de los bajos salarios podríamos encontrar faltas a la ética, en el sentido de que hay periodista que aceptan pagos irregulares de las fuentes a las que deben cubrir informativamente.
La encuesta ha revelado que casi la mitad de los periodistas ha escrito o trabajado alguna vez sobre temas que no comprendía a cabalidad. Y un periodista que no entiende lo que escribe o divulga es un periodista que probablemente no hace bien su trabajo. De cada dos periodistas que trabajan en medios hay uno que está en ciertas ocasiones forzado por la propia dinámica del trabajo a difundir asuntos que no domina. El dato es suficientemente elocuente como para entender su magnitud respecto de la profundidad y la responsabilidad del trabajo periodístico. El resultado obvio de no entender algo sobre lo que se debe comentar o informar es la comisión de errores. Según la investigación, el 69,4 por ciento de los periodistas ha cometido errores alguna vez en su trabajo de informador.
Pero el asunto no se queda allí. Una cosa es cometer un error y otra muy distinta es admitir la culpa. Un 31,7 por ciento de los hombres y mujeres de prensa que respondieron a la encuesta dijeron que el medio de comunicación en el que trabajan prefirieron no admitir el error aún estando consciente de haberlo cometido. ¿Soberbia y altanería respecto de las fuentes informativas y de los públicos? ¿Dinámica del trabajo en la que urgencia del cierre impide una serena evaluación del error cometido? ¿Escasa conciencia de la necesidad de excusarse por una equivocación?
La encuesta nos da más luces para conformar esta tipología del hombre y la mujer de la información: la juventud puede explicar parte de los errores cometidos en el trabajo diario, pero no explica todas las razones. La otra es, sin duda, el volumen de trabajo de los hombres y mujeres de prensa: El 68,6 por ciento de los reporteros (tanto de radio como de TV y prensa) redacta cada día más de cinco notas y el 16,9 por ciento redacta más de nueve. Los editores de periódicos tienen también un trabajo muy recargado: el 64,3 por ciento edita todos los días entre cinco y ocho noticias. El 35,7 edita más de nueve y el 14,3 trabaja sobre 13 notas o más cada día.
Una cantidad de trabajo así requiere de muchas horas frente a la pantalla del computador, en la isla de edición o en el estudio de grabación. Esta investigación demuestra que solamente un tercio de los periodistas trabaja una jornada normal de ocho horas o menos.
La jornada típica de un periodista puede tener incluso 12 horas de trabajo continuo (un 68,3 por ciento del total dijo que trabaja entre ocho y 12 horas diarias). Uno de cada 20 respondió que trabaja más de 13 horas, de por sí una jornada extenuante.
Una buena cantidad de redactores (sobre todo de prensa, como se ha visto) ha empezado a trabajar a las 9:30 en la primera conferencia de prensa y son las 10 de la noche y sigue en su periódico elaborando la última nota. Solamente ha tenido una hora y media de descanso para almorzar por lo que tiene 12 horas y media de actividad sobre las espaldas. ¿Cómo no cometer errores? ¿Cómo no hacer caso omiso de las precisiones, de los detalles, de los aspectos de contexto? El redactor solo piensa a esas alturas, con toda justicia, en irse a descansar.
Pero sigamos con el extenuante ritmo de trabajo. El 80 por ciento de los periodistas tiene también turnos de trabajo los fines de semana, por lo general dos veces al mes. Es decir que trabaja un sábado y domingo por medio. Casi uno de cada cinco tiene una situación aún más precaria: trabaja todos los fines de semana.
Pero ese es un trabajo no remunerado ni reconocido. De los periodistas que dijeron trabajar más de ocho horas diarias, el 74,1 por ciento dijo no recibir pago por horas extras.
El exceso de trabajo, entonces, es una razón más estructural para explicar la elaboración de notas periodísticas que contienen equivocaciones. Pero hay más para profundizar aquí: la falta de cursos de formación (que explica también el ya mencionado tema de que el hombre y mujer de prensa escribe o comenta sobre temas que no conoce bien) y la falta de especialización en el interior de los medios.
Veremos más adelante que el periodista maneja varios temas de manera paralela. En general, se puede decir que la profesión lo convierte en un “todólogo”. Un redactor puede perfectamente hacer, en un día, notas sobre contaminación de ríos y privatización del sistema de agua potable y otras sobre niveles de inversión pública y grados de competitividad de la economía. Todo eso en un solo día.
Su faceta de “todólogo”, por sí misma, anula la de “especialista”. Pero el redactor tipo que ha surgido de nuestra investigación sí desearía mejorar su formación. El 96 por ciento dijo que aceptaría tener cursos de especialización o posgrado si alguna institución los financiara y si tuvieran facilidades horarias. En los medios en los que trabajan, en todo caso, no encontrarán una respuesta a esa necesidad: El 68,1 por ciento de los medios de comunicación nunca ha organizado cursos o talleres de especialización.
Adentrémonos más en la formación de quienes trabajan en los medios de comunicación: un 2,4 por ciento de los periodistas no tiene estudios universitarios (es decir que ingresó a trabajar con el título de bachiller) y un 23,9 por ciento estudió comunicación parcialmente. Un 42,9 por ciento de los encuestados egresó de la carrera pero todavía no ha hecho su tesis; sí la ha presentado el 24,9 por ciento de los trabajadores de la prensa. El 5,9 por ciento de todos los hombres y mujeres que trabajan en los medios como periodistas han estudiado una carrera diferente a comunicación social y un 1,4 tiene estudios de posgrado. De todas formas, y seguramente de una manera que no ocurría hace una o dos décadas, una gran mayoría de los periodistas ha estudiado (aunque sea parcialmente) alguna de las carreras de comunicación que se ofrecen en el país. Ese porcentaje llega al 91,7 por ciento y sube al 97,6 por ciento si se suman los que han estudiado otras carreras antes de iniciarse en el mundo laboral.
Si el redactor tipo que estamos tratando de dibujar en este trabajo ha ido a la universidad –aunque probablemente no haya presentado su tesis o no haya terminado la carrera– sus padres probablemente no lo han hecho. Solo uno de tres padres de periodistas tiene algún estudio universitario o normalista, frente al mencionado 97,6 por ciento de sus hijos.
La situación es más contrastante aún si se considera que un tercio de los progenitores de los hombres de prensa no terminó el colegio (entre las madres de los periodistas, este porcentaje es del 36,1 por ciento). Quienes sí obtuvieron el bachillerato pero no siguieron estudios superiores representan el 23,5 por ciento del total. Un último apunte en este tema: un 4,3 por ciento de las madres de los periodistas y un 1,1 por ciento de los padres, nunca ingresaron siquiera a la primaria.
Se sabe por la sociología y la economía que el nivel de formación tiene relación directa (aunque no exclusiva) con el tipo de trabajo que se realiza. La situación es clara en el caso que estamos estudiando: el 28,3 por ciento de los padres de los periodistas desarrolla o desarrolló su trabajo como obrero.
Llegamos en este punto a uno de los aspectos nodales de la investigación: el trabajo ha revelado que el periodista es una persona superada socialmente, cuyos padres han hecho esfuerzos importantes por darle estudios universitarios aunque sea parciales y que ahora desarrolla un trabajo intelectual que, aunque de menores ingresos que otros profesionales, tienen un nivel mayor a los de sus progenitores. Se estima que los ingresos de un obrero son equivalentes a la mitad del promedio de los de los reporteros y redactores.
Si el padre del periodista tipo que estamos construyendo en estas líneas es obrero (o comerciante, como dice el capítulo respectivo), la madre es muy probablemente una ama de casa. Un 53,9 por ciento se dedica a esa actividad, muy por encima de la siguiente opción (trabajadora en el magisterio, no necesariamente de profesora), que involucra al 13 por ciento. En el caso de la reportera o redactora, entonces, la superación social es todavía mayor que la de sus colegas hombres: si su madre se dedica a las labores domésticas, no tiene ingresos y depende económicamente de su esposo (probablemente un obrero o un comerciante), la redactora, por su trabajo periodístico, se codea con los dirigentes políticos y los hombres de negocios, está en contacto con los tomadores de decisiones y parte de lo que ella haga o deje de hacer influirá en las autoridades.
Tendencia política
La encuesta revela que 42,4 por ciento se declara como de izquierda o de centro izquierda, mientras solamente el 4.9 por ciento de los encuestados dice ser de derecha o de centro derecha. (Un 17,1 por ciento dice ubicarse en el “centro” y el 34.6 por ciento dice tener “otra” opción política). ¿Se debe ello a la extracción social de los padres de los periodistas? ¿Influye en esta visión que un tercio de los padres de los periodistas sea obrero? ¿Influye ello en que el 82,4 por ciento de los entrevistados no cree que haya ni un solo partido que haya ayudado realmente al desarrollo nacional? Con todo ello, parece obvio que los periodistas se hayan sentido identificados con los fuertes y masivos movimientos sociales e indígenas como los sucedidos en abril y septiembre de 2000 en Bolivia. Para un 78,5 por ciento del total de los consultados, esas protestas fueron “justas”. Finalmente, el 87,8 por ciento del total de los consultados desprecia a la clase política a la que califica como “corrupta y que no aporta al desarrollo de la nación”.
Censura y autocensura
La autocensura es una de las formas más dolorosas de censura. Es la actitud del periodista que, temiendo sanciones o represalias, mutila sus textos periodísticos ocultando la verdad. El 64,4 por ciento de los entrevistados de esta investigación admitió haber autocensurado alguna vez un material periodístico. Ello quiere decir que uno de cada tres periodistas cambia, eventualmente, sin una orden expresa, el contenido de un material informativo para eludir sanciones de sus superiores.
Las razones principales para que los periodistas se autocensuren son las de tipo empresarial–publicitario (39,9 por ciento del total de los periodistas), político (32,2 por ciento), moral (14,2 por ciento) y “personal” –cuando los cambios estaban destinados a evitar problemas con los familiares o amigos de los propietarios o jefes del periodista– (8,2 por ciento). La opción “otro” fue escogida por el 5,5 por ciento de los periodistas.
Si la autocensura es la acción del periodista de cercenar su texto periodístico sin la explícita orden de uno de sus jefes, la censura es la indicación manifiesta de que la información debe ser cambiada antes de ser hecha pública.
Mientras el 64,4 por ciento de los periodistas admitió haberse autocensurado alguna vez, el porcentaje de quienes sufrieron censuras es aún mayor: 71,7 por ciento. El 38,4 por ciento de esos periodistas afirma que esas censuras tenían por objeto evitar conflictos con los anunciantes. Un 34,4 por ciento sufrió mutilaciones a los textos por razones políticas, un 8,9 por ciento por razones morales y un 13,9 por ciento por razones personales.
El 71,7 por ciento de periodistas que dijo en esta investigación que sus textos fueron censurados, identificó a las siguientes personas como responsables de ello: editor– superior inmediato (15,7 por ciento), jefe de redacción–jefe de prensa (21,9 por ciento), director (23,8 por ciento), gerente (15,2 por ciento) y propietario (20 por ciento).
Con esos antecedentes es obvio que tienen que producirse tensiones al interior de la sala de prensa o de redacción. Esas tensiones se resuelven por lo general con el despido de redactores o reporteros que resisten la tendencia informativa que tratan de imponer los editores, los jefes de redacción o los propietarios.
Esta situación se demuestra en el hecho de que el 73,7 por ciento de los periodistas consultados conoce por lo menos un caso de despido de algún colega por motivos políticos, ideológicos o sindicales.
¿Más de dos tercios de los periodistas o se autocensuran o los censuran sus jefes? ¿Es esta una situación para provocar una alarma general? Probablemente sí. Cada vez con mayor énfasis, al interior de las redacciones los periodistas han ido perdiendo fuerzas para enfrentarse a los jefes o propietarios. En el periodismo boliviano ha terminado por imponerse una visión autoritaria, que se basa en la simpleza de la siguiente estipulación: el que no está de acuerdo con la línea editorial del periódico, la radio o el canal, se va.
Pero tratemos de encontrar cierta ecuanimidad: si todos los periodistas que se oponen a la línea editorial van a terminar de patitas en la calle, los directores y propietarios se quedarían sin fuerza laboral. Y ello tampoco es posible.
Por lo tanto, todos los días en las redacciones de los periódicos y en las salas de prensa de la TV y radio se dan trabajosos y complicados procesos de negociación. Muchas de esas negociaciones son silenciosas, casi gestuales. De facto, los periodistas publican textos para los cuales no tenían autorización, pero las represalias no pueden ser muy evidentes ni muy inmediatas. Si bien los periodistas son el polo más débil de esta pugna, los propietarios no ganan siempre. Es el precio que tienen que pagar para tener en sus medios a profesionales capaces y dignos.
Procuremos seguir dando una explicación contextualizada: esas autocensuras y censuras no se dan todos los días, en primer lugar, y en segundo, Bolivia tiene un vigoroso sistema de medios privados en los cuales si uno trata de callar algo será como tratar de tapar el sol con un dedo, puesto que sin duda otros medios de la competencia no callarán ese específico suceso. Por lo tanto, si no es en este canal y en este diario que se encuentra un determinado tema, el asunto estará en el diario y en el canal vecinos. Es una especie de control cruzado.
Sobornos–Etica y valores
Los periodistas ejercen influencia en la opinión pública. Lo que dicen o dejan de decir es importante para los intereses económicos, empresariales o políticos de muchas personas.
Por eso están bajo presión, como lo hemos visto en el capítulo referido a la censura y autocensura. Y también deben sufrir los intentos de soborno. El soborno es una de las formas más nítidas y tradicionales de hacer que alguien diga lo que no cree y calle lo que piensa.
Un 53,7 por ciento de los periodistas dijo haber recibido, alguna vez, una oferta de soborno. Quienes hacen estas ofertas, según los encuestados, son los dirigentes políticos (43,3 por ciento del total), autoridades de gobierno (29,1 por ciento), empresarios (15 por ciento), de dirigentes sindicales (4,7 por ciento) y de “otros” (7,9 por ciento).
El 53,7 por ciento de los periodistas se ha visto en una situación en el que procuraron sobornarlo. Cambiada la pregunta a si el encuestado conoce “de manera directa” a un colega que haya aceptado el soborno, el porcentaje sube al 60,7 por ciento del total.
En el mismo sentido que la pregunta anterior, un 65 por ciento de los encuestados dice conocer a un periodista que ha recibido algún regalo de alguna autoridad o empresario en un sentido en que la ética estaba comprometida.
Desde hace años existe en el gremio periodístico la preocupación de que existen planillas de sueldos paralelas para periodistas en entidades estatales, como la Cámara de Diputados y Senadores o diversos ministerios. De los encuestados en esta investigación, el 46,3 por ciento de los entrevistados dice conocer a alguien que está en esas planillas, ganando un sueldo de manera irregular y de forma paralela al que gana en su medio de comunicación.
¿Se salen con la suya quienes tratan de sobornar a los periodistas o terminan por lograrlo?
La respuesta es no. Ningún caso importante de irregularidades, abusos, corrupción o cualquier otro cometido por autoridades o empresarios ha quedado sin ser divulgado por la prensa. Al igual que en el caso tratado en el capítulo anterior, los periodistas actúan con el sistema que yo llamao de control cruzado. Lo que esta radio tratará de callar lo divulgará con fuerzas la radio vecina. O el periódico del interior. O el canal de TV. O la agencia de noticias.
Derecho a réplica
En las salas de redacción se presenta cada vez con mayor fuerza el debate sobre los límites de la labor de los medios de comunicación. Con el surgimiento del periodismo sensacionalista (que ha influido también a los canales de TV y a los diarios llamados “serios”) y con la loca competencia por el raiting y las ventas, los hombres y mujeres de prensa se preguntan si el trabajo que desarrollan a diario es lo suficientemente serio y responsable.
Quizás por ello, el 83,6 por ciento de los encuestados dijo estar de acuerdo con dar a los afectados de los espacios informativos el derecho a réplica, es decir la posibilidad de tener un espacio similar para defenderse al que usaron para atacarlo.
En la misma línea que las respuestas anteriores, los encuestados se mostraron de acuerdo con sancionar seriamente a los colegas que cometen actos reñidos con la ética. Un 57,5 por ciento del total dijo estar de acuerdo con juicios expeditos, con penas incluso de despido de la fuente laboral, para quienes incurren en estas faltas. Un 14,6 por ciento dijo aceptar hasta penas de cárcel para los hallados en falta. El 27,9 por ciento restante respondió que la sanción a los periodistas que cometen faltas éticas deberían ser juzgados “moralmente”.
Perfil sociológico
En general, los padres de los periodistas han tenido mucho menos años de estudios que sus hijos. Si un alto 97,6 por ciento de los hombres y mujeres de prensa estudió por lo menos algunos semestres de una carrera universitaria, ese porcentaje es mucho más bajo en sus progenitores.
Un tercio de los padres de los periodistas bolivianos no terminó el colegio. Entre las madres de los periodistas, este porcentaje es del 36,1 por ciento y entre los padres, del 30,1 por ciento. El promedio de padres y madres de los periodistas que obtuvo el bachillerato es del 23,5 por ciento.
El porcentaje de progenitores de periodistas con estudios universitarios o normalistas (desde estudios parciales hasta posgrado) es de 32,5 por ciento. Es decir que solamente un tercio de los padres de los periodistas tiene algún estudio universitario, frente al 97,6 por ciento de sus hijos dedicados al periodismo.
Entre los periodistas encuestados no hubo ninguno que no hubiera obtenido por lo menos el título de bachiller, frente al 33,1 por ciento de sus padres. Finalmente, un 4,3 por ciento de las madres de los periodistas y un 1,1 por ciento de los padres, nunca ingresaron al colegio.
Los cuadros demuestran que hay una tendencia entre estudios de los padres (varones) y preferencia por los periodistas de trabajar en medios de comunicación radiales, televisivos o impresos. Se puede decir que a mayor grado de instrucción de los progenitores varones, el periodista trabajará más en la TV y a menor grado, trabajará más en radio.
Entre los padres, el 28,3 por ciento desarrolla o desarrolló su trabajo como obrero. El 19,5 por ciento dijo que su padre trabaja o trabajó de manera “independiente” (las respuestas a esta pregunta eran abiertas, así que la especificación no es tan detallada). Se estima que dentro de esos independientes están sobre todo comerciantes. Los que respondieron propiamente “comerciantes” para el oficio de los padres son el 6,7 por ciento.
Entre las progenitoras destaca claramente el acápite de “ama de casa”, con un 53,9 por ciento. El 13 por ciento corresponde a trabajadoras en el Magisterio (no necesariamente como profesoras). Entre “comerciantes” e “independientes”, las madres de los periodistas suman un 9,6 por ciento.
Como se ha analizado con cierto detalle, está claro que el periodismo es una herramienta de movilidad social muy importante. Tanto hombres como mujeres periodistas adquieren con el periodismo una profesión de mayor reconocimiento social que el de sus padres, lo que también va acompañado de mayores ingresos, aún cuando, como se verá más adelante, los ingresos de los reporteros son en líneas generales bastante modestos.
Como implicación de la extracción social de los periodistas podría hallarse su escasa o insuficiente formación. Los conocimientos generales de algunos periodistas son más bien bajos –algo que no se ha sido estudiado en este texto pero que se deduce de otras investigaciones– y ello podría estar relacionado a una baja o insuficiente formación de sus progenitores. Como se ha visto, un tercio de los padres de los periodistas bolivianos no terminó el colegio (36,1 por ciento de las madres y 30,1 por ciento de los padres). El 56 por ciento logró terminar el colegio y luego asistir a la universidad aunque sea parcialmente. Un dato más: un 2,7 por ciento de los progenitores de los periodistas nunca asistieron al colegio, ni siquiera a la primaria.
Los basamentos de instrucción ausentes en los hogares de esos periodistas tampoco los obtuvieron en las aulas. Al hacer el cruce de las variables de grado de instrucción de los progenitores y estudios universitarios de los hijos periodistas se encuentra que en general éstos no han concluido sus estudios a nivel de egreso y menos a nivel de licenciatura.
Probablemente por dificultades económicas familiares (que empujan al estudiante a abandonar las aulas para ingresar al mundo laboral) o por imposibilidad de seguir los ritmos de estudio que demandan las carreras de comunicación, en general los hijos periodistas de padres obreros, por ejemplo, no terminaron su carrera universitaria. El 38 por ciento de ellos tuvo estudios universitarios solamente parciales (frente al 23,9 por ciento de promedio), el 42 por ciento logró terminar la carrera (egresados) pero solo el 14,2 por ciento se tituló, frente al 24,9 del promedio. El 2,3 por ciento de ellos no ingresó a la universidad y llegó al mundo laboral solo con el título de bachiller.
Es decir que los hijos periodistas de padres obreros tienen más dificultades en profesionalizarse. Y esos hijos periodistas optarán, dice la encuesta, más bien por trabajos en radio.
La investigación detectó una relación entre periodistas cuyos padres son obreros y una escasa comprensión de los temas que debe abordar. Si el promedio de periodistas que admite haberse enfrentado alguna vez a temas que no comprendía es de un 46,1 por ciento esa cifra sube al 59,4 en el caso de los hijos de los obreros. De la misma manera, el promedio general de periodistas que reconoció haber redactado o elaborado noticias que después supo que contenían errores es de un 69,4 por ciento. Entre los periodistas hijos de obreros la cantidad aumenta al 85,6 por ciento.
Parece demostrarse que el nivel educativo de la familia del periodista influye en el futuro desarrollo de una mejor carrera periodística. Periodista que, además, terminará probablemente trabajando en una radioemisora.
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FUENTE (Libro completo en Pdf): http://www.raulpenaranda.net/docs/retrato-del-periodista-boliviano.pdf
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