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Un espectro recorre nuestro tiempo: el espectro de la autoayuda. Basta caminar por los pasillos de librerías y tiendas departamentales para constatar la innegable victoria de este tipo de literatura. Programas de radio y televisión, producciones cinematográficas, revistas, páginas web y demás productos de nuestra cultura cotidiana han sido atravesados por la lógica de la autorrealización. Con todo, no deja de sorprender que recientemente expresiones culturales que habían permanecido intocadas por este curioso fenómeno hayan comenzado a claudicar ante él.
Esta especie de acción fagocitante ha terminado por dar a luz verdaderas criaturas teratológicas, expresiones culturales donde los dispositivos del self-managment y la autorrealización llegan a convivir con discursos pseudo-científicos e inclusive con posiciones vinculadas a la crítica social. Contra el tiempo, titulo del celebrado libro del ensayista mexicano Luciano Concheiro, es quizás la representación más clara de cómo estos dispositivos han trasminado las paredes del endogámico círculo cultural nacional hasta asentarse en el centro mismo de la escena intelectual.
Bajo el pomposo subtítulo de Filosofía práctica del instante, l´enfant terrible de la intelectualidad mexicana nos ofrece un diagnóstico de las sociedades actuales a través de una mirilla peculiar: nuestra experiencia de la temporalidad. Una especie de guiño a los complejos análisis de Reinhart Koselleck sobre las relaciones entre la historia y el tiempo hábilmente entrelazado con el eficaz estilo de Zygmunt Bauman, quien utilizara la atractiva noción de liquidez para explicar un conjunto de características de nuestro presente pos-moderno en oposición a una modernidad identificada con lo sólido.
En este caso, sin embargo, la noción que vehicula toda la reflexión de Concheiro es la de la aceleración. Desde su perspectiva, esta forma de experimentar la temporalidad es lo que distingue nuestra época de otras precedentes, modificando las dinámicas propias de la economía, la política, el mundo cultural y, sobre todo, las posibles formas de Resistencia ante una realidad ciertamente injusta y desigual.
El resultado es un ensayo sumamente eficaz que logra presentar un diagnóstico sintético de nuestra realidad e inclusive “arriesga” propuestas para enfrentar esta época convulsa. Ataviado con destellos literarios, el ensayo, sin embargo, está lleno de frases aparatosas que simulan profundidad, problemas teóricos, generalizaciones sin matices y omisiones injustificadas.
Para dar sólo un ejemplo que tiene repercusiones en toda la obra. Concheiro retoma los conocidos análisis de la Sección Segunda de El Capital en los cuales Marx muestra que, en lo correspondiente a la circulación, el capitalismo se distingue de otras dinámicas económicas vinculadas esencialmente a la compra-venta de mercancías para el autoconsumo (M-D-M) porque en él opera una necesidad constante de aumentar las ganancias (D-M-D´). Esta necesidad lleva a los capitalistas a incrementar constantemente sus inversiones y a preocuparse por acelerar los tiempos de producción con el fin de reiniciar el circuito del capital de forma cada vez más frecuente.
Mediante estos elementos, el autor procede a explicar el capitalismo en los términos de una tendencia a la aceleración aguijoneada por la necesidad de acumular más ganancias. En realidad, Concheiro confunde descripción con explicación. El verdadero problema de El Capital consiste justamente en tratar de dar cuenta de la posibilidad misma de esa tendencia ya que la necesidad de acumular no es exclusiva del capitalismo y el surgimiento de máquinas destinadas a aminorar los tiempos de producción también le precede. Al menos para Marx, la especificidad del capitalismo es incomprensible sin explicar el proceso de mercantilización de la fuerza de trabajo y de los mecanismos de apropiación del excedente laboral en el ámbito de la producción.
Esta omisión, deliberada o no, termina por llevar al autor a caracterizar el capitalismo actual como una entidad huidiza sin ninguna base material en el trabajo real, como si China, África o inclusive Ciudad Juárez, no existieran en ese mundo de digitalización y aceleración perpetua que él describe. Lo lleva también, en más de una ocasión, a explicar el capitalismo en términos morales como el producto de una especie de deseo desmedido de acumulación o literalmente como el resultado de una “avaricia” sin límites.
De este modo, los principales efectos del capitalismo consistirían en la destrucción paulatina del sentido existencial y la pérdida de la capacidad para valorar lo duradero provocados por el frenesí de la aceleración, el consumo y la ganancia, mas no por la explotación laboral, la creciente desigualdad, la violencia producida por la necesidad de ocupar territorios para obtener recursos naturales, etc.
Con todo, las primeras 80 páginas del libro resultan sumamente estimulantes, abordan problemas que tocan nuestro tiempo y mueven a un debate importante en el que Concheiro introduce múltiples autores. No ocurre lo mismo con la parte final de la obra, la cual es presentada por el autor como un “atrevido” paso adelante.
Su presuntuosa osadía termina en una auténtica chapuza al proponernos una “Resistencia tangencial”, que básicamente consiste en “huir” hacia el arrobamiento interior producido por la contemplación del instante en lugar de afrontar las nocivas consecuencias del imbatible monstruo capitalista.
En sintonía con Lyotard y Fukuyama, Concheiro defiende que la idea de una revolución social capaz de acabar con el capitalismo o de movimientos sociales con el potencial de enfrentar al sistema son insostenibles en el presente. Por lo mismo, asegura que la única forma de resistir es volcándonos hacia una especie de estética de la existencia en la clave del último Foucault.
Lo que podría ser una intuición interesante -eso que Jorge Alemán llama el inevitable duelo por la idea de Revolución- termina generando conclusiones apresuradas que sólo pueden tener sentido desde una perspectiva aristocrática. En realidad, de la presunta imposibilidad para acabar con el sistema mediante una revolución, no se siguen, como piensa Concheiro, ni el fin de la acción colectiva, ni la desaparición de la política en sentido estricto (la acción en el espacio público):
La Resistencia tangencial […] evitaría a toda costa ser descubierta. Detestaría los reflectores y los megáfonos. Se practicaría siempre a escondidas, en las sombras. Descreería de la vitalidad y potencia de la plaza pública, por eso opera en los espacios y momentos más íntimos […] Se efectuaría la mayoría de las veces sin cómplices. Sería consciente que actuar en colectivo es peligroso hoy porque se abre la posibilidad de ser detectados, de ser consumidos.
Contra el tiempo termina por ser un intento de actualización de las tesis defendidas por Guy Debord y la Internacional Situacionista en los años 60´s, sólo que, además de denostar el potencial de la acción política colectiva, Concheiro también desprecia la irrupción en el espacio público como forma de romper con la monotonía de una vida cotidiana absorbida por el consumismo.
Este rechazo a la acción colectiva expresado en dicotomías simplificadoras (Si el mundo no puede mejorar drásticamente por ahora, tal vez lo que haga falta es iniciar una relación estética con él) parece homologar las recalcitrantes utopías del marxismo más ortodoxo con la acción política en general.
Tomemos como ejemplo el papel de las feministas, quienes, apropiándose del espacio colectivo y haciendo de lo privado público, han logrado colocar sobre la mesa temas como el feminicidio, la violencia de género o los micro-machismos, modificando nuestra realidad y obligando a transformar nuestras instituciones. Para Concheiro, este tipo de acciones parecen insignificantes o, si se quiere, menos subversivas que una propuesta tan “original” como la de escabullirse y huir de una realidad compleja como la nuestra resguardándose en el gozo estético del yo:
Nombremos Resistencia tangencial a esta nueva [sic.] forma de pensar el quehacer político [sic.] subversivo: una resistencia que se aleja de la confrontación y, en su lugar, sugiere dar la espalda, escabullirse.
Es difícil no darse cuenta de que en nuestro tiempo habría que repensar la concepción casi teológica con la que la izquierda tradicional acostumbraba pensar la política, como si se tratara de una batalla épica que acabaría por definirse con la irrupción de un acontecimiento capaz de transformar la realidad de una vez para siempre. Sin embargo, el repliegue en una interioridad idealizada no es ni de cerca una alternativa o sólo lo es para quienes, desde la comodidad de su poltrona intelectual, no conviven con los efectos de la violencia de género, la pobreza, la desigualdad, la masacre cotidiana que recorre casi todas las esquinas del país.
Quizás ese es el punto más chocante de todo el libro: Concheiro no parece ser consciente de todo el elitismo snob que destila un texto en el cual se afirma explícitamente tener consciencia de una realidad nacional marcada por la desigualdad, la violencia, los feminicidios, etc., y, al mismo tiempo, se propone con tono arrogante una alternativa de Resistencia “política” “novedosa” destinada a “minar el sistema”, cuyos ejemplos concretos son: “Una buena fiesta”, experimentar la potencia subversiva de “el ruido de la detonación de un fusil […] y la aparición de la marca de la bala en el blanco”, “caminar por la ciudad” o “reírse con sus amigos”.
En la Fenomenología del Espíritu Hegel definió como alma bella aquella figura del espíritu protagonizada por los estoicos, en la cual, debido a la imposibilidad de alcanzar la libertad en el mundo real, la conciencia se replegaba sobre sí misma alimentando la ilusión de ser libre. Lo que el libro de Concheiro propone es convertirnos en almas pos-modernamente bellas, sólo que lo hace en un mundo donde la violencia, la pobreza y el crimen no dan espacio para regodearnos en la estética de nosotros mismos o, peor aún, sólo se lo dan a una pequeñísima minoría.
En suma, Contra el Tiempo es un interesante libro que termina desbarrancándose abruptamente hasta caer en un manual de autorrealización pretencioso y algo pedante. Como cualquier manual de autoayuda, propone soluciones centradas en la acción personal en lugar de afrontar las causas que generan una realidad exterior adversa. Sin embargo, en este caso, este repliegue sobre uno mismo termina presentándose, increíblemente, como una acción de rebeldía que contribuye a “minar” de a poco el sistema.
FUENTE: http://rompeviento.tv/?p=17472
Ricardo Bernal, es Doctor en Filosofía Moral y Política (UAM-I) y profesor de filosofía social y filosofía de la historia (La Salle).
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