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LIBRO: FORMACIÓN DE PERIODISTAS. CÓMO TRABAJAN LOS PERIODISTAS LATINOAMERICANOS (Konrad-Adenauer). (90)

Fidel Flores by Fidel Flores
febrero 14, 2017
in Libros (PDF), Reseñas y Documentales., Prensa en General
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periodismo-america-latina-libro

FUENTE/LIBRO COMPLETO en Pdf (150 páginas): http://www.kas.de/wf/doc/kas_5413-544-4-30.pdf
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INTRODUCCIÓN: Un problema no reconocido
En vista de los innumerables e insoslayables escándalos mediales de América Latina, el debate sobre la calidad profesional de la transmisión de información pasa a segundo plano. La realidad de esta región es variopinta: los periodistas de Colombia deben protegerse contra amenazas de muerte, los colegas en Venezuela afrontan la arbitrariedad del sistema judicial, unos pocos propietarios de medios en Guatemala o El Salvador determinan la línea política, y más de un responsable de los diversos canales televisivos peruanos huye al extranjero ante acusaciones de soborno. Ante estas exigencias, los estándares mundialmente obligatorios de un periodismo sólido y responsable – que sin duda se conocen también en América Latina – pierden importancia. Los problemas extraordinarios soslayan lo anormalmente ordinario. Tanto en América Latina como por doquier, las asociaciones ciudadanas o los escritores de renombre se quejan de esta ración diaria de comida chatarra medial, de esta inanición informativa a la que nos someten la televisión privada y los diarios adictos al escándalo. Sus esfuerzos son saludados con un aplauso respetuoso, pero sus demandas caen en saco roto. Ante el menú que nos espera en los kioscos y en nuestras salas, nos invade la impotencia. Gran parte de lo que ocupa los titulares y las pantallas televisivas no nos produce sino rechazo. Sólo la existencia del control remoto evita que demos rienda suelta a nuestra indignación, pero aun así el aparatito no logra detener la gradual pérdida de credibilidad de los medios frente al público. Sin embargo, gran parte de lo que nos ofende en este colorido repertorio medial dirigido al paladar masivo es también cuestión de hábitos de consumo. En esta espiral descendente de la calidad, los medios no son sino un factor de impulso entre varios otros.
Cuando las federaciones de estudiantes universitarias se quejan de la imagen de la mujer que impera en las telenovelas – una imagen concebida según el modelo de la cenicienta, totalmente obsoleta y sin duda jamás ajustada a la realidad – esta crítica suele olvidar que década tras década las telenovelas latinoamericanas gozan de una inmensa popularidad entre el público televidente (en su mayoría femenino). No todos los productores y responsables de los medios son machistas empedernidos. Su resistencia frente a libretos más actualizados, en los que las heroínas no sólo triunfan gracias a su buen corazón y a profusas miradas lánguidas, se debe más bien a que las telenovelas gozan de un “rating” importante y traen altos ingresos por publicidad. Ante esto, el crítico persistente preguntará si una telenovela más moderna y orientada a la realidad no tendría cuando menos un éxito similar. De hecho, existen indicios que lo confirman: las televisoras argentinas vienen alcanzando un éxito notable con las llamadas “telenovelas de corte realista”. ¿Qué nos impide entonces deshacernos de los refritos llorones ambientados en obsoletas haciendas y adoptar por fin un formato contemporáneo? El principal obstáculo son los costos de producción. Las telenovelas realistas son más costosas y no se desarrollan en un estudio televisivo, sino en la calle. Las escenas exteriores cuestan más dinero, y la realidad cotidiana de la Argentina no siempre apela al público de otros países, acostumbrado al folclore local. Por otro lado, la venta internacional es un importante factor de ingresos para la mayoría de los productores latinoamericanos. Debido a ello, las telenovelas han dado lugar a estudios de producción altamente eficientes. Y mientras esta producción masiva, barata y de alta demanda aporte ganancias suficientes, desde el punto de vista empresarial no tiene sentido concebir nuevos libretos. Argentina atrae la atención con conceptos más osados, porque allí los costos de producción son relativamente bajos. Y algunas telenovelas brasileñas sorprenden por su calidad, pero ese país cuenta con casi 200 millones de habitantes. En otras palabras, se da abasto por sí solo como mercado publicitario, de modo que los productores del Brasil no dependen tanto de la exportación. Ahora bien, las telenovelas tienen muy poco que ver con el periodismo. Pero, la lógica de esta comida chatarra de todos los días impera también en la transmisión de noticias. Los medios de América Latina se hallan atrapados en su propia trampa de producción. La comida chatarra – es decir, la hamburguesa de los restaurantes de comida rápida – no es sólo un producto. Tampoco tiene el sabor que conocemos sólo porque los estudiantes que fungen de cocineros auxiliares ante las parrillas no saben producirla de otra manera. Incluso si uno de estos restaurantes de comida rápida contratara un cocinero tres estrellas, el anuncio luminoso de la fachada no nos propondría una langosta en el menú. Además, la hamburguesa del “chef” no tendría un sabor distinto a la de su colega aprendiz. Eso se debe a que la comida chatarra es un modelo de negocios: tiene normas muy estrictas en cuanto a la rapidez, la máxima reducción de costos y las cantidades, con miras a sostener procesos de producción con estándares de calidad claramente definidos. En cuanto a estos procesos, no es factible ni deseable modificarlos sin cambiar todo el modelo de negocios. Del mismo modo, no es posible esgrimir la calidad como argumento para influir sobre el profesionalismo y la responsabilidad ética de los periodistas. En el entorno medial latinoamericano, dominado por la empresa privada, el “gremio de la pluma” es parte también de un aparato de producción organizado según principios empresariales, con objetivos claros y procesos de trabajo adaptados a estas exigencias.
En esta realidad, la mayoría de los periodistas no sólo se sienta ante el teclado; más de un comentarista político administra su propio presupuesto, y los reporteros de televisión y radio editan, filman, copian, sonorizan y archivan ellos mismos su producción. La presión de la eficiencia crece a veces al punto de convertirse en una especie de “censura” interna, que elimina de un plumazo toda investigación que demande demasiado tiempo o dinero.
“¿CÓMO TRABAJAN LOS PERIODISTAS?”
Sería posible modificar los procesos de trabajo con miras a una mejor calidad periodística. Ello implica como condición interna que los medios puedan disponer del número apropiado de “cocineros tres estrellas” para poder garantizar un periodismo crítico, sólido y en lo posible objetivo. Éste es uno de los motivos que dan valor a los esfuerzos emprendidos por la Fundación Konrad Adenauer para la formación y especialización de redactores y periodistas. Sin embargo, la superior competencia de estos profesionales tiene que ser rentable para el negocio medial. Los contenidos más atractivos podrán causar un efecto positivo sobre el número de televidentes, radioescuchas o lectores. Pero mientras el sector anunciador no esté dispuesto a pagar mejores precios por los spots televisivos o la publicidad, ni el más prestigioso de los premios periodísticos logrará salvar a los medios más serios de la ruina. La televisión latinoamericana de señal abierta se financia casi por completo a través de la publicidad, con excepción de la exportación de telenovelas de unas cuantas emisoras de renombre internacional. En el caso de los periódicos, la mayoría de los fondos proviene de la publicidad. El mejorar la situación macroeconómica, y con ello la demanda interna y las posibilidades de entusiasmar a los consumidores a través de la publicidad, no es algo que puedan lograr los medios por sí solos.
¿Y qué tan exigentes son los procesos de trabajo de los periodistas en América Latina, y qué margen existe para nuevos modelos de negocios y mayor calidad? Lo notable es que hasta ahora prácticamente no se ha investigado el tema. Los medios se analizan tradicionalmente más bien por su significado social y los efectos logrados, es decir, los contenidos mediales, pero no con respecto a sus procesos de producción. Hicimos averiguaciones en universidades estadounidenses, que se ocupan con mayor predilección de América Latina y sus medios de comunicación que los institutos de investigación europeos; aun así, los resultados fueron que también al norte del Río Grande el tema se trata comparativamente con poca frecuencia.
En vista de ello, la Fundación Konrad Adenauer ha encargado hace unas semanas una encuesta titulada “¿Cómo trabajan los periodistas en América Latina?” El estudio, realizado en colaboración con el Instituto Prensa y Sociedad (IPYS), entrevistó a unos 200 periodistas de once países de la América hispanohablante (1) pero no pretende ser representativo de todos los medios del subcontinente (2). Aun así, las respuestas que nos llegaron después de la primera encuesta ya contienen cierta información valiosa al respecto.
Presión de tiempo, cuellos de botella y poco conocimiento especializado Casi la mitad de todos los periodistas dispone de menos de cuatro horas para producir un artículo o un reportaje de radio o TV. Otro 38 por ciento de los reporteros encuestados tiene más de cuatro horas a disposición, pero menos de un día laborable. En su jornada de trabajo, sólo el 15 por ciento de los redactores en Colombia cuenta con más de cuatro horas para entregar sus artículos. Frente a ello, las condiciones de trabajo de los colegas mexicanos son prácticamente un lujo: la mayoría (61 por ciento) dispone de toda una jornada para redactar un artículo, mientras que sólo el 6 por ciento está expuesto a una mayor presión de tiempo y debe trabajar en dos o hasta tres temas distintos en un mismo día. El tiempo que la mayoría de los periodistas pasa en la redacción de sus respectivos medios no llega sino a la mitad de la jornada de trabajo (56 por ciento). Gran parte de estas horas está dedicada a redactar o producir los respectivos artículos o reportajes. En cuanto al tiempo invertido en cada tarea, el segundo lugar lo ocupan las llamadas por teléfono. (3)
Por su parte, los periodistas argentinos son unos verdaderos ratones de biblioteca: su presencia en la redacción ocupa el 72 por ciento de su jornada laboral, porcentaje que se sitúa muy por encima del promedio latinoamericano. De todos los países investigados, los redactores de Guatemala (38 por ciento de la jornada) y los del Paraguay (40 por ciento) son los que menos tiempo pasan ante el escritorio o la mesa de edición. En otras palabras, los colegas en esos países pasan casi dos tercios del día laboral en la calle, como reporteros a la caza de noticias. Ni bien han abandonado el edificio de la redacción, los periodistas latinoamericanos se preocupan en primer lugar de obtener entrevistas.(4) A su vez, las idas y venidas de y hacia las oficinas son en realidad un tiempo improductivo, y representan en promedio la misma cantidad de tiempo que las visitas a conferencias de prensa y eventos.
Por lo tanto, si tomamos como base que casi una mitad de los periodistas latinoamericanos dispone de sólo cuatro horas para presentar un artículo o reportaje ya terminado, y si calculamos que podría haber pasado una hora en una conferencia de prensa y dedicado alrededor de una hora más a trayectos y telefonemas, sólo quedan menos de dos horas para producir y presentar el artículo al jefe de redacción (incluyendo eventuales correcciones). En el caso de la radio y televisión, los márgenes son aun menores debido a los trabajos de edición y sonorización.(5) Ante esta situación, es comprensible que quede muy poco tiempo para las juntas de redacción y la investigación en el archivo del periódico. Los periodistas colombianos encuestados respondieron que apenas dedicaban tiempo a las búsquedas en archivos, lo cual no es de sorprender si se toma en cuenta la presión a la cual se los somete en términos de producción. En cambio, sus colegas mexicanos invierten en promedio el doble de tiempo en consultar el acervo documentario de sus oficinas que en redactar o producir el artículo o reportaje. (6) Este valor se correlaciona con el mayor plazo acordado en México para la producción de los contenidos mediales.
Al mismo tiempo, ello aclara por qué los reporteros mexicanos otorgan menor valor que sus demás colegas latinoamericanos a la principal actividad fuera de las oficinas de redacción: las entrevistas. Sin duda siguen siendo un aporte importante, pero las citas y grabaciones obtenidas no figuran en lugar tan prominente en el contenido de artículos y reportajes como en los demás países. Al parecer, los plazos de producción más largos y el tiempo del que disponen para investigar en los archivos, sirven para enriquecer la respectiva entrevista con informaciones adicionales. Por lógica, los periodistas mexicanos indicaron en la encuesta que asignan gran importancia a los datos sobre antecedentes. En otros países el resultado final es casi una copia del material inicial, es decir, usualmente una entrevista no comentada, ya sea editada o literal. En todos los países entrevistados, el resultado más o menos unánime fue que las apreciaciones personales de los periodistas encuestados no sobrepasaban en importancia el valor de 2 en una escala de 0 (no importante) a 5 (muy importante). Como es de suponer que estas apreciaciones personales se basan en conocimientos de detalle (al menos así debería ser), es probable que los encuestados apenas dispongan de conocimientos más profundos o especializados sobre política o economía, o que la presión del tiempo les impida recurrir a dichos conocimientos para sus artículos o reportajes. Sin duda ocurren ambas cosas. La primera alternativa se ve respaldada por un hecho importante: el 85 por ciento de los periodistas encuestados ha realizado estudios superiores de ciencias de la comunicación, y al parecer son pocos los que han estudiado ciencias económicas, sociales o políticas. Con ello no pretendemos desmerecer la calidad de las ciencias de la comunicación, pero sin duda no es mucho lo que se enseña en estas facultades sobre los procedimientos legislativos parlamentarios, la influencia de la globalización o el funcionamiento de los tribunales constitucionales.
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