Peña Nieto ha roto la relación con el pueblo. Enfrentarse así al reto de Trump es una tragedia
El País (El periódico global) Edición América 11 ENE 2017 – 23:54 CET. @jorgezepedap
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México tiene un serio problema de inoportunidad histórica. Justo cuando más hemos necesitado a un Lázaro Cárdenas, un Churchill o un Mandela, hemos tenido, por desgracia y políticamente hablando, a un enano a cargo del timón del barco. En el 2000 desperdiciamos la efímera “primavera democrática” cuando el régimen de alternancia de Vicente Fox se mostró más interesado en cuidar sus índices de popularidad que en utilizar su capital político para construir la red de instituciones democráticas que el país necesitaba para sustituir al presidencialismo.
Y hoy, cuando enfrenta la peor enorme amenaza de su historia reciente, un Gobierno estadounidense agresivo y hostil, el país está encabezado por la presidencia con el más bajo nivel de legitimidad de las últimas décadas. No sólo se trata de que los niveles de aprobación de Enrique Peña Nieto se encuentren en sus mínimos históricos. Es también un asunto de incapacidad para articular y aterrizar una propuesta de acción con alguna posibilidad de éxito.
Al arranque de su administración Peña Nieto se propuso Mover a México, era su lema. Los últimos días parecería haberlo por fin conseguido, pero en su contra. Las protestas por el aumento en la gasolina, saqueos incluidos, la resistencia de la Iglesia y de los gobernadores (incluso priistas) a estas medidas, la rebelión de los empresarios en contra del Acuerdo para el Fortalecimiento Económico y la Protección de la Economía Familiar dan cuenta de una brecha entre la autoridad y la sociedad en el momento más inoportuno.
No se trata aquí de satanizar a Peña Nieto por la tormenta que se nos ha venido encima y que en más de un sentido lo desborda completamente. No podemos hacerlo responsable del triunfo de Trump ni de la amenaza que ello representa. Pero el hecho de que México deba enfrentar ese desafío los próximos dos años con un presidente que ha fracturado la relación con el pueblo que gobierna es una tragedia para todos.
Y esa fractura compromete el éxito de cualquier política pública que el Gobierno pretenda poner en marcha para responder a la crisis que enfrentamos. Mientras Los Pinos siga ignorando ese hecho, seguirán fracasando las comparecencias de Peña Nieto, el anuncio de sus programas, sus súplicas para concitar el apoyo de la opinión pública. El reclamo “qué habrían hecho ustedes” o su exhorto a la resiliencia, emitidos los últimos días, terminan siendo contraproducentes, objeto de crítica y mofa en las redes sociales.
El camino más rápido, quizá el único, para que el Gobierno construya algún margen de operación o credibilidad mínimo es, me parece, el combate a la corrupción en los más altos niveles de la burocracia. Mientras su administración siga siendo vista como epíteto de la impunidad y cómplice activo o pasivo de las prebendas y excesos de gobernadores, directores de paraestatales, líderes sindicales y de fracciones legislativas, no habrá posibilidades de construir legitimidad alguna.
No sé si Peña Nieto tenga todavía alguna posibilidad de desprenderse de la cultura de la cofradía y del amiguismo que caracteriza al grupo político al que pertenece. El reciclaje de los mismos protagonistas en distintas carteras, la tendencia endogámica a protegerse y cuidarse las espaldas, la autocomplacencia y el juego cortesano en la que están encerrados, dinamitan cualquier esfuerzo del presidente para generar empatía. Y desde luego, invalidan toda petición a los mexicanos para que se solidaricen con sus anuncios y programas, ya no digamos un exhorto al sacrificio, como ha sido el caso en el aumento de las gasolinas.
No hay tiempo para convocar una comisión anticorrupción con operadores internacionales, como lo hizo Guatemala. No cuando se tienen por delante solo 23 meses. Pero, ¿que pasaría si se nombra un verdadero zar anticorrupción, independiente y crítico, con las suficientes atribuciones? ¿Un Cuauhtémoc Cárdenas, un José Woldenberg?
Ha llegado el momento en que el presidente asuma que ante la crisis que se viene no puede exigir un sacrificio adicional a los mexicanos sin antes mostrar su propia disposición a sacrificarse. Jugar al golf mientras se anuncia el aumento a las gasolinas no es una manera de hacerlo.
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FUENTE: http://internacional.elpais.com/internacional/2017/01/11/mexico/1484174305_661700.html