———- O ———-
Hace pocas horas asesinaron al embajador ruso en Turquía. El ejecutor, un policía turco de 22 años, gritó que era venganza por Alepo, además del clásico Allahu Akbar. Escucho, mientras escribo, que la paz tampoco reina en Berlín. Será premonitorio de la nueva era que comienza con Trump.
He criticado, atacado el fundamentalismo islámico desde siempre, pero puedo comprender esta situación en vista del genocidio sirio y la apatía de occidente. Barack Obama se retira con oratoria de académico pero lleva consigo medio millón de muertos. Se alegará que cada nación teje su propio destino sin ser cierto. El poder decide la historia, y la escribe también. Si se disecciona en calma, sujetando la pasión, el desarrollo de los pueblos encontraremos que los países dominantes, armados y ricos, aliados con los clérigos locales que alaban las riendas del amo, comprenderemos el accionar individual y colectivo en contra de destinos impuestos por ajenos en su propio interés.
El mundo puede estar cayéndose, desgajándose las paredes y corriendo ríos de sangre, pero, igual, los noticieros norteamericanos hablan solo de ellos, de lo que sucede con la escabrosa elección por la que pasaron y sus personajes cuya única relevancia es pertenecer a los Estados Unidos, el centro del universo. Lo demás pertenece al olvido.
Pues bien, no es así, y a pesar de que la portada se divide entre megalómanos como Putin y Trump, tiene que existir una reacción violenta de los humillados, los negados. En ese sentido, el asesinato del diplomático ruso, sea quien fuera el desdichado, es un acto de justicia, como muchos de los que todavía van a surgir del embrollo neonazi de la USA actual y los sosías alrededor.
Estados Unidos, Rusia, China, Irán, Turquía, Arabia Saudita, la Unión Europea, se reparten el planeta como lo hicieran los europeos en la desmembración de África a fines del siglo XIX. Las naciones chicas, pobres en el sentido de su incapacidad de defenderse, son tragadas sin misericordia. Militares, políticos y religiosos de cualquier laya exponen ideas supuestamente salvadoras para lucrar en el caos. La economía define a quién se entregará a la pira del sacrificio y quién sobrevivirá incluso en las peores condiciones.
La pesadilla de Darwin es un documental del año 2004 acerca de la destrucción del ecosistema del gran lago Victoria, gracias a la introducción de un implacable depredador: la perca del Nilo, que exterminó decenas de especies regionales para beneficio de gigantes de la industria pesquera y la alimentación de millones de europeos y japoneses mientras los tanzanios morían de hambre o comían cabezas de pescado mixturadas con gusanos. El auge civilizador, causa de alucinatorios genocidios y falsa gloria.
Justificado todo, claro, hasta lo que sucede en la mártir Alepo y en un Oriente Medio que empeorará ya que el nuevo presidente gringo pone de embajador en Israel a alguien que niega Palestina. Los poderosos son incapaces de entender la ironía; unos por avaricia, otros por mentada y dudosa humanidad, siguen determinando la senda por la que deben transitar todos. Esta imprudente obsesión crea en principio fantasmas y luego monstruos que se volcarán para devorar a sus creadores. Tarde o temprano.
Nadie está seguro de la tierra que pisa. La vanidad suele ser pésima consejera. Poco ha cambiado el panorama, aunque el ideario se ha radicalizado en múltiples versiones de acuerdo al origen geográfico, religioso, político de sus brazos armados. Hoy fue un embajador, mañana un presidente. Las bombas nihilistas han adquirido matices distintos pero en suma siguen siendo lo mismo que antes: reacción individual o de mínimas sociedades ante el abuso.
Parece no haber vuelta atrás. La irracionalidad que aprovecha un desastre ecológico como el del Lago Victoria, se extiende por cualquier recoveco conocido o sospechado.
Al genocidio armenio le siguieron asesinatos de los victimarios. A Alepo, también. Malvenido el nuevo orden, y amén a los apóstoles armados.
FUENTE: http://lecoqenfer.blogspot.mx/2016/12/allahu-akbarmirando-de-abajo.html
———- O ———-