Por Jorge Zepeda Patterson septiembre 25, 2016 – 12:05 am
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Que la derecha esté organizando marchas para protestar contra la iniciativa de Peña Nieto que legalizaría los matrimonios homosexuales, resulta sintomático no sólo del aislamiento en el que se encuentra el Presidente, sino de la unanimidad que ha logrado generar en su contra. La belicosidad que ha mostrado el clero conservador y su capacidad para mover sectores de la comunidad para expresar su descontento, conforman el último capítulo de una larga lista de incidentes y de actores políticos y sociales molestos con la gestión de Enrique Peña Nieto. Uno más que se integra a la fila del descontento que incluye a empresarios, a corporaciones y sindicatos víctimas de recortes, a gobernadores priistas y de los otros, a la opinión pública, a las redes sociales.
Desde luego, no terminará siendo un Tucop (todos unidos contra Peña), porque la diversidad y los contrastes entre los muchos desafectos que inspira el Presidente no admiten fusión ni consensos. Más allá de la molestia unánime, los motivos son distintos e incluso encontrados. Lo que a unos irrita, a otros convence (el matrimonio homosexual o la reforma petrolera, por ejemplo). Pero unos y otros al final de cuentas hacen un balance desfavorable del gobierno encabezado por el grupo Atlacomulco.
Sorprende la cantidad de errores y la falta de oficio para atraer y conservar aliados. Los empresarios siguen distanciados del Ejecutivo pese a la salida de Luis Videgaray de la Secretaría de Hacienda, un hombre que había irritado tanto por su Reforma Fiscal como por la soberbia en el trato; los grandes capitanes de la iniciativa privada siguen sin explicarse las razones de la visita de Trump, y el relanzamiento que Peña Nieto otorgó a su campaña: ellos, los empresarios, serían los más afectados por las medidas proteccionistas y la cancelación del TLC que el republicano ha prometido en caso de llegar a la Casa Blanca.
Tampoco están contentas las bases territoriales del propio PRI. Los gobernadores del partido oficial temen que los bajos niveles de aprobación de Peña Nieto terminen por arrastrarlos en su caída en los comicios de los próximos dos años. La reciente derrota en cuatro entidades que nunca había perdido el PRI (Veracruz, Quintana Roo, Durango y Tamaulipas) arroja ominosas señales sobre la posibilidad de mantener el poder a lo largo de la geografía nacional, por no hablar de la muy alta probabilidad de entregar Los Pinos a la oposición en 2018. Recordemos que incluso en la debacle del 2000, cuando Vicente Fox les arrebató Palacio Nacional, el PRI mantuvo el control de la mayoría de las entidades federativas. En realidad nunca se fue del todo. Ahora podría ser diferente: el descrédito que provoca el gobierno actual amenaza con poner fin al control que en la práctica el PRI ha mantenido sobre plazas y presupuestos a lo largo del territorio, verdadera fuente de su supervivencia. Los gobernadores harán lo imposible para evitar que una derrota en la elección presidencial del 2018 se lleve entre las patas a las propias entidades. En los próximos meses seremos testigos de los esfuerzos que harán los cuadros regionales del partido para tomar distancia del presidente de cara a la opinión pública.
Y a propósito de la opinión pública, nacional e internacional, habría que decir que tras el escándalo provocado por la visita de Trump, más los reiterados incidentes de corrupción o negligencia ante la corrupción, han hecho de Enrique Peña Nieto un rehén de la crítica y la mofa en las redes sociales, en las charlas de sobremesa, en los actos públicos (salvo que sean “producidos” por la Oficina Presidencial con auditorios cautivos).
En suma, son tantos los grupos resentidos dentro y fuera del entramado institucional, que hoy por hoy el Presidente se encuentra en los mínimos de capital político o margen de maniobra. No me parece que sea un antagonismo que alcance para forzar una renuncia antes de terminar su período; muchos de sus críticos consideran que tal renuncia provocaría una desestabilización política más dañina que la permanencia de Peña Nieto por dos años más.
Frente a tal panorama, Los Pinos sólo tiene de dos sopas: nadar de muertito sin hacer más olas, minimizar las pérdidas y tratar de encontrar una salida decorosa en caso de entregar el poder; o intentar golpes de timón y manotazos de liderazgo para intentar revertir su caída.
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Fuente: http://www.sinembargo.mx/25-09-2016/3096367