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Entre 1947 y 1952 un puñado de jóvenes filósofos reunidos en el Grupo Hiperión se propusieron descubrir el ser, la esencia de la mexicanidad. En su libro póstumo, Ana Santos Ruiz sintetiza sus conclusiones:
“El mexicano era un ser emotivo, sentimental, reservado, desconfiado, inactivo, desganado, melancólico, simulador… irresponsable… machista, dispendioso, relajiento, incapaz de expresar sus inconformidades… que imita lo extranjero por sentirse inferior o insuficiente… que desprecia la vida humana…” (etcétera).
En esta definición (a la que acompaña en el tiempo y en muchas de las ideas El laberinto de la soledad, de Octavio Paz), hay numerosos problemas. Para empezar, se trata de una mirada de desdeñosa superioridad de las élites, en la que unos jóvenes filósofos se arrogan el derecho de hablar en nombre del mexicano, de definirlo, presentando una imagen negativa y denigrante de los sectores populares de la población, una imagen elaborada desde arriba que no escondía su mirada clasista y racista, como tampoco escondía su visión moralizadora ni la visión redentora que las élites habían forjado de sí mismas.
¿Por qué nos preocupa una filosofía elaborada hace más de 60 años por autores de los que pocos se acuerdan? Por su carácter utilitario, de efectos tan duraderos como perniciosos. Esa filosofía de lo mexicano coincidió temporalmente con la doctrina de la mexicanidad elaborada por el PRI y la administración de Miguel Alemán. Fue una filosofía que alimentó el discurso del gobierno y se convirtió en ideología del Estado. Sus autores se convirtieron en intelectuales orgánicos. Todo lo cual está detalladamente explicado y muy bien fundamentado en el libro de Ana Santos (importa señalar que al menos dos miembros del grupo romperían con el régimen: los individuos también cambian).
Al definir lo mexicano como único o peculiar, la doctrina de la mexicanidad eliminaba cualquier referencia a la lucha de clases, a las diferencias étnicas, sociales, económicas o de género, para presentar –junto con esa única manera de ser– una vía mexicana al desarrollo, diseñada por el PRI. Cualquier opción distinta (particularmente el comunismo) fue calificada de ideología exótica, traición al espíritu nacional. Durante décadas, hablar mal del gobierno o del presidente significó ser antimexicano (como acusó Emilio Uranga a Daniel Cosío Villegas por su ensayo La crisis de México).
Siendo así el mexicano, sus males nada tenían que ver con sistemas políticos o económicos, sino con aquellos traumas (Uranga llegó a afirmar que los problemas del mexicano se derivaban de su modo de ser y nada más). La filosofía de lo mexicano “transfirió la responsabilidad por los problemas nacionales al ser del mexicano, a su alma cercenada, sentimental y quebradiza”. Y, por supuesto, un ser así necesitaba una guía: un gobierno que se presentaban como una exhalación del aliento del mexicano y se abría a una etapa constructiva y esperanzadora (se ha hablado del optimismo del Hiperión: en esto radica principalmente tal optimismo). Si el mexicano, bajo la lente del Hiperión, se describía como un ser irracional y pasivo, era obvio que se le negara su capacidad para el ejercicio de la política y que debiera someterse a la voluntad transformadora del Estado (refractado en la persona del Presidente y en el partido oficial).
Detrás de esta definición del mexicano subyacen el racismo del que hablamos en entregas anteriores (casi todos esos rasgos negativos “provenían de la raíz indígena y del trauma que nos hace hijos de la chingada”); la excepcionalidad; y una lectura de la historia lineal e inmóvil que elimina el conflicto y la pluralidad y conducen los caudillos, pues siendo el mexicano como es, nuestra historia es la historia de unas cuantas individualidades señeras que emergen de tiempo en tiempo sobre el pantano quieto de las sordas pugnas políticas. Es la historia de la acción de los caudillos (Jorge Portilla, 1950).
El problema es que esta filosofía sigue viva. Empapó la historia (y la geografía y el civismo) que se enseñaron en la escuela hasta los años 1990, y en muchos de sus peores rasgos se sigue enseñando. Inunda los discursos políticos y los prejuicios y estereotipos difundidos sistemáticamente por los medios de comunicación masiva la han hecho parte central de nuestra idea del mundo. ¿Acaso no fue el discurso de los medios, los empresarios y los poderosos contra los estudiantes en 1968, los indígenas zapatistas en 1994 o los profes de la CNTE hoy día?
Mientras sigamos creyendo que hay un ser del mexicano (nunca hablaron de la mexicana), una forma de ser mexicano (sea cual fuere, no sólo la aquí mostrada), el PRI habrá ganado la batalla cultural.
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Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2016/08/09/politica/021a2pol?partner=rss
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