LA GRANDEZA DE LOS MEDIOCRES
Lo dice Gabriel Zaid en El secreto de la fama, la fama ha existido siempre, desde la prehistoria y, sin embargo, como una aspiración deliberada del individuo, como un deseo manifiesto, es una cosa tan grotesca como reciente.
Texto: Melba Escobar
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Queremos ser famosos. Y lo queremos sin el menor pudor. Proliferan los manuales de marketing de la imagen, los entrenadores para hablar en público, los libros de autoayuda que nos explican cómo caer simpáticos, cómo responder a una entrevista. Y en medio de este proceso de metamorfosis, de humanos a productos, iniciado en los años 50 del siglo pasado, pero que con las redes sociales ha tenido un crecimiento descomunal, nos vamos haciendo cada vez más eficaces, efectivos y eficientes, tal como lo es un buen arranca grasas, un jabón de lavar la ropa o una aspiradora.
Y también, al igual que un producto, o un objeto cualquiera, nos vamos haciendo más cuantificables, calificables, medibles. La medida del éxito suele ser ganar: un concurso de cuento o de pintura, en la infancia, luego un diploma de honor, más tarde una beca, un empleo, una medalla, unas elecciones, mucho dinero, lo que sea, mientras sea acumulativo, exponencial, cuantificable.
Es así como las máquinas acaparadoras en las que nos hemos convertido, catalogan de mediocre todo aquello que sabe a poco, pues carece de esa grandiosidad numérica.
La paradoja es que durante siglos se consideró que la virtud se encontraba precisamente en la medianía: “es de gran ánimo despreciar las cosas grandes y preferir lo mediano a lo excesivo”, dijo Séneca. Y, sin embargo, con los valores trastocados, hoy parecemos querer subirle el “rating” a una audiencia virtual por medio de la acumulación de aplausos que nos van transformando en un objeto, una reliquia.
Zaid compara esta tendencia a acaparar logros exteriores, con la costumbre en la Edad Media de acumular méritos piadosos o comprar indulgencias para subir al cielo. Aquí el cielo prometido parece ser la fama, a la que perseguimos como si en ella estuviera la promesa de la salvación definitiva.
En un mundo donde todos hablamos con sonido amplificado, parece que importa más hablar de un escritor que leerlo, opinar sobre la vida privada de un político que conocer su plan de gobierno. Estamos demasiado ensimismados y distraídos, demasiado ocupados en subir el rating como para dedicarnos a un oficio de verdad o para poner atención a los otros; tenemos que alimentar una realidad fabricada, artificial, y en eso se nos va la vida…
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